Los
ruidos y sonidos de aquellos extraños y desconocidos bosques que les impedían
conciliar el sueño, aquella noche les dieron tregua, pues aparte de los
diálogos normales entre habituales animales nocturnos, el silencio se convirtió
en protagonista.
Ellos,
refugiados en su tienda escuchaban atentos, al no oír nada raro, decidieron comer
algo consultando a su vez, el mapa de la zona, para hacer sus deducciones.
Habían avanzado mucho, llevaban varios días marcando caminos y tomando notas de
la flora y la fauna, así como del agua que encontraban y el aire.
Los
cuatro se habían especializado en biología, zoología y botánica, intercalando
cursos rápidos de medio ambiente siendo aquella experiencia vital para su tesis.
La
noche dio paso al día, despertándose con los primeros rayos de sol que radiantes
y cálidos iluminaban la tienda. Incorporados y preparados para dar caza a un
nuevo día de aventuras guardaron la tienda y sus enseres en las mochilas, trazando
la nueva zona a explorar.
Ésta
se consideraba la más peligrosa, pues, innumerables criaturas venenosas,
pequeñas y escurridizas eran sus habitantes habituales. Había que tener mucho
cuidado y vigilar constantemente el suelo, las ramas de los arboles, y las
plantas.
Avanzando
encontraron un camino muy sinuoso que no aparecía en el mapa, con un cartel de prohíbo
el paso colgado en la entrada. Dado que no había otro camino por donde seguir,
entraron. Al principio era muy igual a todo lo andando hasta ahora, pero pronto
las ramas de espinos empezaron a espesarse, arañándoles la piel de los brazos,
las piernas e incluso alguna que otra perdida de pelo. Las ortigas también les
cerraban el camino, éstas habían crecido desmesuradamente y estaban rabiosas,
tanto que les dolía más su ataque que el de las plantas de espinos.
La
hierba del suelo era alta dejando ver la innumerable red de telarañas con sus
anfitriones caníbales e insaciables. Algunas de esas arañas eran muy grandes y
con cuidado decidieron tomar fotos.
Salieron
del camino llegando hasta un valle muy verde y lleno de flores en el que
decidieron acampar para intercambiar impresiones. Montaron la tienda y
encendieron una hoguera para evitar que el frio les sorprendiera. Comieron
algunos víveres y charlaron alegremente durante mucho rato, hasta que el sueño
les venció.
Despertaron
sobresaltados, alguien balanceaba la tienda con violencia lanzándola hacia los
lados, asustados intentaban sujetarla y abrirla para salir hasta que uno de
ellos lo consiguió, cuando en ese momento cesó.
No
vieron a nadie y tampoco fue el viento. Permanecieron callados y juntos, atentos,
cuando oyeron un llanto infantil seguido por risas y lo que parecían carreras o
juegos de niños. Era espeluznante. Todo estaba muy oscuro y no conseguían distinguir
nada. Las risas cada vez se acercaban más a ellos, hasta que de nuevo la tienda
se agito. Todos salieron y encendieron nuevamente el fuego solo para poder ver,
pero entonces un viento gélido les sorprendió.
Indefensos
ante aquella situación corrieron a esconderse en una cueva cercana que había en
el valle, temblando y sudando de miedo, escuchaban. Los ruidos y sonidos
cambiaron, y lo que percibían ahora eran pasos, como un (clic, clic, clic),
agudos y punzantes, a veces más rápido. No eran normales y parecía que hubiera
miles.
Más
adelante a los misteriosos pasos se sumaron unos estridentes rugidos y por último
aquellas fantasmagóricas e invisibles risas y llantos infantiles.
Cuando
uno del grupo miro el mapa para visualizar mejor la zona donde se encontraban,
su sorpresa fue mayúscula, pues en lugar del bosque negro, habían acampado en
el valle de las grandes arañas y los niños muertos.
Liliana Castillo Girona
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