diumenge, 16 de febrer del 2014

ABANDONADA

Las sinuosas y estrechas calles eran como un laberinto sin salida que la encerraban, impidiéndole regresar al mundo del cual venía, obligándola a permanecer oculta, entre aquellas antiguas y olvidadas calles.

La niña ya no contaba el tiempo transcurrido, simplemente, para ella no existía desde hacía mucho rato. Estaba harta de correr perdida buscando su liberación, cuando el cansancio venció la batalla a su frágil cuerpo.

Tenía hambre, frio y sueño, pero sobretodo lloraba a sus padres y deseaba estar de nuevo con ellos. Encontró un rincón en una de esas malditas calles y decidió descansar. De repente oyó unos pasos que se acercaban hasta ella, se asomo con cuidado sin ver a nadie. Los pasos cada vez mas fuertes ni se detenían ni cambiaban de sentido, iban hacia ella, cautelosos, sin prisa. A estos se sumó una pesada y entrecortada respiración, ahogada. Volvió a asomarse desde su rincón pero tampoco consiguió ver nada.

Los nervios le aceleraron su corazón infantil haciéndola sudar copiosamente, su cuerpo temblaba como las hojas, las lágrimas le saltaban los ojos y casi no le entraba oxigeno, el miedo la asfixiaba. Cuando creyó que no lo resistiría, un señor mayor con la espalda curvada apareció. La niña más relajada salió de su escondite para preguntarle por la salida, cuando sin saber cómo ni porque aquel hombre desapareció.

Era inútil buscarle, así que siguió su camino. Se encontraba en la parte más antigua y desconocida de la ciudad. No terminaba nunca. Sus calles se alargaban, multiplicaban y estrechaban, provocándole en ocasiones claustrofobia y ansiedad.
Se acercaba a las porterías y llamaba a los timbres, pero nunca contestaba nadie, cuando levantaba la vista solo veía ventanas y balcones cerrados con persianas caídas, ignorando su existencia. Y tampoco había fuentes en las calles, ni arboles, ni flores, ni plantas, ni siquiera conseguía oír a los pájaros. Sencillamente, no había vida.


De repente el viento se levantó y con él su invisible voz. Soplaba y rugía por las calles levantando el polvo del suelo y dificultándole la visión y avance. A ratos formaba diminutos tornados que giraban a su alrededor, hablándole en un lenguaje muy antiguo pero incomprensible. Otras su lenguaje aparecía en forma de silbidos agudos, asustándola. Y otras tan solo le provocaba frio.


Cuando el viento creyó que ya se había divertido, se fue, dejándola sola de nuevo. Pero lo que vino después fue peor, pues era la noche a quien le tocaba el turno. Por suerte las farolas que colgaban de aquellas paredes góticas se encendieron, iluminando su búsqueda.

La noche devolvió la vida a esas calles, haciendo que los animales nocturnos salieran, curiosamente empezaban a verse perros buscando entre la basura. Durante el día permanecieron escondidos. Ella tuvo mucho miedo pues estaban muy hambrientos. Se peleaban entre ellos, con las babas resbalándole por las comisuras de sus enormes bocas, con aquellos colmillos afilados y largos y los ojos rojos de ira, se amenazaban y luchaban por la comida. A ella no la vieron, de hecho nadie la veía, y no tuvo problema alguno.

Continuo su avance, llego hasta un bar con gente, no del todo lleno. Entro y nadie se fijo en ella, nadie le pregunto, nadie la miro, nadie le dijo nada. Ella hablaba con la gente y les preguntaba dónde estaba la salida, pero nadie le respondía, lloraba y daba lo mismo. No existía para nadie de allí.

Desesperanzada se fue. Siguió avanzando entre aquellas calles hasta que escucho unas voces, se detuvo a mirar. Le parecían familiares y se acerco a ver quiénes eran.

Se emociono cuando sus ojos vieron que aquellas voces eran las de sus padres. Pero algo más ocurría, pues lloraban y gritaban su nombre, luego se abrazaban entre ellos, y finalmente se arrodillaban. También había policía que intentaba hablarles. La niña fue corriendo hasta ellos y lo que vio la horrorizo.

Tendida sobre el frio suelo, lleno de sangre y con los órganos internos esparcidos por doquier, yacía su infantil cuerpo.

Liliana Castillo Girona

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