No
habían transcurrido ni siquiera dos horas cuando fue abandonado en aquella
gélida e inhóspita tierra que su cuerpo ya suplicaba calor. Aún llevar ropa de
abrigo, ésta resultaba insuficiente para los -40 C grados que obligado, debía
soportar.
Podrían haberlo matado directamente, pero prefirieron darle una falsa
oportunidad, ya que solo, en aquel duro y mortal clima, sin comida, sin
medicamentos, sin nada y además con salvajes lobos hambrientos acechando por
doquier, resultaba muy normal que una muerte lenta y desesperante lo viniera a
buscar. Lejos estaban sus secuestradores de conocer la verdad, pues él contemplando
aquel infierno blanco y helado decidió luchar con todas sus fuerzas para
escapar y sobrevivir.
Así
pues se incorporó. Su cuerpo le pedía calor y para darle esa grata satisfacción
fue en busca de una cueva o refugio, en el que poder protegerse de aquel
horrible frio, proporcionándole a su cuerpo el primer capricho que le pidió.
Mientras
andaba por la nieve, hundiéndose, perdiendo el equilibrio, cayendo y resbalando,
notaba como la nieve le humedecía cada vez más los pies. No quería rendirse y seguía
avanzando, hasta que ya completamente empapado supo que aquella nieve tan
blanda le había traicionado, pues sin darse cuenta, ésta traspaso todas las
capas protectoras, instalándose en el interior de su cansado cuerpo.
Tenía
sed, mucha sed. Al no tener nada con lo que calentar la nieve para beberla, decidió
comer. Descontrolado ingirió demasiada y el estomago le cedió,
vomitando lo poco que le quedaba en su interior.
Las
fuerzas le abandonaban. Al cansancio, la humedad y la sed, se sumó el estomago,
recordando enfurecido que tenía hambre. Su agresión era tan feroz que el
cuerpo le ardía, los ácidos ascendían por su esófago llegando hasta la boca provocando vómitos verdes de bilis e irritación extrema.
Los
gases que segregaban su inexistente bolo alimenticio y los movimientos
intestinales le provocaban un gran dolor que solo cedía cuando se doblaba o agachaba
con los brazos agarrados a las rodillas. Y así, notando como su cuerpo iba a
peor, sabía que le tenía que conceder su segundo capricho: comer.
No
importaba que, no importaba que le sentara mal, su obligación si quería sobrevivir
era: comer. Tras muchos fracasos de búsqueda y captura, se encontró con un
soldado muy malherido. Sin importarle quien o de donde era, veía y olía su carne,
su sangre y sus huesos, eso le bastó.
Se
abalanzo sobre él y lo mató con las manos, manchado de sangre la probó, al
notar lo caliente que era y lo bien que le sentaba a su feroz estomago, quiso
más. Con las uñas le abrió el vientre al soldado hundiendo la cabeza en su
interior, devorando todos los órganos que encontraba, a la vez que la sangre le
servía como bebida.
Agotado
de tanto comer se durmió. Curiosamente al despertar no se horrorizo por lo que
hizo, se encontraba muy bien, mas fuerte, casi sin frío, los pies ya no le dolían,
el cuerpo no le dolía. Aquel festín fue una bendición para él.
(Actualidad)
Había
pasado mucho tiempo y aquella experiencia pasada no la podía olvidar. Ahora se
encontraba con su familia y las tardes de invierno cuando nevaba recordaba su
secuestro y su vida de abandono en aquella inhóspita tierra.
Cuando
volvió a la civilización antes de poder hacer vida social, tuvo que someterse a
muchas horas de médicos, pues aunque su estado físico curiosamente era bueno y
anormalmente sano, su mente podía llevar secuelas graves.
Los
médicos diagnosticaron ansiedad asociada a la experiencia que había soportado y
no le dieron demasiada importancia. El era un hombre muy inteligente y sabia
ocultar sus realidades, efectivamente sí había cambiado, aunque era otro de los
secretos que compartía con su cuerpo. Las necesidades fisiológicas de su
organismo no eran las mismas al igual que su hambre y él lo sabía muy bien,
completamente consciente de ese cambio sabía ocultárselo a su familia y
allegados, quizá por amor o por necesidad de ellos, la realidad es que a ellos
los respetó.
No
podía decirse lo mismo del resto de transeúntes y ciudadanos, pues cada mañana
los periódicos anunciaban en grandes titulares: “Caníbal ataca de nuevo.”
Liliana Castillo Girona
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