dijous, 26 de desembre del 2013

LA TORMENTA

Desde la ventana de la cafetería de la estación el espectáculo que presenciaban mis ojos era Dantesco. El viento lanzaba con extrema violencia todo lo que se encontraba a su paso, formando peligrosos remolinos de objetos que si no chocaban entre ellos se estrellaban contra los trenes, el techo y los cristales de la cafetería. Por suerte éstos resistieron estoicamente, aunque no se podía decir lo mismo de algunos trenes, ya que perdieron las antenas que conectan con la catenaria.

El miedo y la sorpresa me inmovilizaron impidiendo levantarme y obligándome a seguir presenciando aquel momento infernal.

El viento continuaba su danza macabra golpeando no solo objetos, sino también personas, que, desesperadas intentaban refugiarse sin conseguirlo. Corrían, pero el cruel viento siempre impedía su inútil avance, permaneciendo éstos en el mismo lugar, que, a solas con su desesperación, solo podían gritar y llorar. Golpeados sin cesar: en la cabeza, los brazos, las piernas, el cuerpo; caían, sangraban, se rompían. Algunos ya parecían muertos, pues echados sobre el frío suelo, no se apreciaba movimiento.

De repente un violento relámpago estalló contra la estación, provocando temblor en los cristales mientras las oscuras nubes descargaban con furia y violencia su torrencial llanto. El agua se convirtió en proyectiles de hielo bombardeándonos sin miramiento y con un único fin: la destrucción. Por suerte éste no duró mucho, cuando creí que todo ya había pasado, las nubes se espesaron provocando una contundente y torrencial lluvia.


La humedad de la lluvia dio pasó al frío que rápidamente entró en mi interior provocándome un peligroso descenso de la temperatura corporal. Temblaba sin poder defenderme. El frío, la humedad, el viento y el agua fueron implacables. Casi al punto de la inconsciencia el agua cesó, pero la niebla apareció. Estaba más recuperada y quería salir de allí al ver que granizo, agua y viento cesaron. La niebla no me inquietaba tanto. Cuando me dispuse a abandonar la cafetería, las oscuras y negras nubes convirtieron la espesa y blanca capa de niebla en oscuridad tenebrosa, abandonándonos a todos los escondidos en la cafetería, en un mundo sin vida.

Cerré los ojos para no ver. De repente una lejana pero insistente voz me llamaba, aunque no por mi nombre. Cuando abrí los ojos, vi al revisor pidiéndome el billete. Me encontraba en el tren, camino de casa. Todo había sido un sueño, muy real e intenso, pero solo un sueño.


Liliana Castillo Girona

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