Siempre silenciosa e
imprevisible se acerca hasta que te envuelve en su frío y misterioso abrazo
fantasmal. Así se comporta en el mar, llegando a ser tan densa y espesa que ninguna
vida ya sea humana o marina se atreve a mezclarse con ella.
En una marioneta insegura,
miedosa y ciega te conviertes cuando te mueves para escapar de ella. Quieres
encontrar un lugar para resguardarte del frío y la humedad que siempre la
acompañan, pero es inútil, pues en lugar de avanzar, te golpeas y tropiezas continuamente
porque no ves, y, en lugar de dirigirte a tu meta la niebla te desorienta y te
pierde en un extraño lugar. Desesperado ya, llamas a tus compañeros para que te
socorran, pero es inútil, porque ellos también tienen miedo y sabes que no lo
harán.
De repente la niebla se
mueve y te acaricia la piel, helándotela. Su gélido aliento te invade y te hace
temblar. Intentas respirar pero tu congelada garganta solo consigue tragar microscópicas
moléculas de oxígeno que convertidas en agujas se clavan sin piedad, haciéndote
toser y sangrar.
Ya casi no puedes respirar. Estás
solo con esa niebla infernal. De repente oyes pasos acercándose. Cuando crees
que estas salvado, la niebla aún se vuelve más densa, haciendo que tu compañero
pase a pocos metros de ti sin conseguir verte, en cambio tu puedes contemplar
extenuado y sin fuerzas ya para gritar, como desaparece entre su espesa capa
fantasmal, dejándote en el más absoluto abandono y soledad.
Estas desesperado y muy
acabado. No se oye nada, el silencio es total, hasta el mar parece haber
muerto, solo estáis la niebla y tu. Sabes que ella no te abandonara, pues
permanecerá a tu lado esperando ver como la desesperación y el terror que te ha
provocado su presencia, termina agotando a tu ya, muy fatigado corazón.
Liliana Castillo
Girona
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