La
lluvia no daba tregua cuando salió de casa temprano para dirigirse al único
lugar donde el sufrimiento de su solitaria alma, encontraba paz y tranquilidad.
Llovía mucho pero no le importaba, el tiempo nunca había sido un obstáculo para
ella: frio, nieve, viento y lluvia, no le molestaban. Eran sus antiguos
compañeros quienes siempre convertían sus largas travesías, en aventuras que
contar.
Así
pues acompañada por esa incesante lluvia, inició el largo camino hacia las “montañas
de la tranquilidad”.
Mientras
avanzaba la niebla salió a su encuentro envolviéndola en una espesa capa blanca,
cada vez más empapada, sus ropas se adherían a su piel, congelándola. No llevaba
nada para cambiarse y sin saber porque la vista de su ojo izquierdo le empezó a
fallar.
Realmente
aquel no era uno de sus mejores días, pero ella, implacable a cualquier efecto
de la naturaleza siguió su camino. Llegó hasta un pueblo, quiso refugiarse pero
todo estaba cerrado. De repente el frio viento del norte hizo su aparición,
ella sabía que con la humedad que llevaba sobre su cuerpo él se convertiría en su peor enemigo, así que decidió
convertir ese agradable paseo en una frenética carrera contra el maligno viento
del norte, cuyo gélido aliento era un látigo invisible y descontrolado contra
su cuerpo.
Sin
contar las veces que el viento la derribo, ella siguió su avance. De repente no
sentía las piernas, las tocaba pero no las sentía, y cuando sus dedos
alcanzaron la piel, en ésta no había tacto. Casi al punto de congelación empezó
a pegarse y a frotarse las piernas con las manos con tanta fuerza que sangró. Lloró
y gritó, los ojos le ardían de la desesperación, pero sabía que aquella situación
aun la haría más fuerte y siguió castigándose.
Las
piernas le fallaron y cayó al suelo, llevaba muchas horas con el azote de la
lluvia, el frio y el viento y se derrumbó sobre el suelo anegado de agua.
Completamente
hundida y derrotada, las lágrimas se confundían con los charcos de agua y barro
que inundaban el suelo. Durante unos minutos quedó inconsciente, la llama de la
vida que iluminaba su oscuro interior se apagó a la espera de la llegada de la
Dama Negra de la muerte.
Cuando
toda esperanza y signo de vida habían desaparecido, de la espesa capa blanca que envolvía el
camino: la niebla, apareció un extraño caballo blanco, quien lentamente y
gracias a los suaves golpes de ese animal, ella regresó.
Mientras
que agua y sudor bañaban su delicada piel, el temblor se apodero de ella. Como su cuerpo
no conseguía mantenerse en pie, el misterioso y bello caballo blanco se sentó
junto a ella para ayudarla a montar.
Y así,
subida a lomos de aquel magnífico animal, desapareció convirtiéndose en leyenda
para las gentes del pueblo que nunca la quisieron, olvidar.
Liliana Castillo Girona
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