dissabte, 4 d’octubre del 2014

PERDIDA


El viaje de sus sueños se convirtió en su peor pesadilla, cuando el depósito de gasolina de su coche, quedó vacío, dejándola sola en medio del sofocante desierto.

Con una tensa calma, miró a su alrededor, pero sus ojos no lograron alcanzar el final de las dunas de arena. Quiso llamar con el móvil, pero éste no lograba alcanzar cobertura. Siendo un móvil de última generación y el más nuevo y moderno del mercado, resultó ser un aparato, de lo más inútil. Lo único que se le ocurrió fue permanecer en el coche hasta que alguien la echara de menos y decidiera salir en su búsqueda.

Por suerte al cabo de un rato ya no hacia tanto calor. El sol se retiraba para dar paso a la gélida noche desértica, y, agotada por la trágica situación del momento, se dejó vencer por el sueño.

La luz del sol la despertó y al ver que ya llevaba horas allí sin ver a nadie más, empezó a asustarse. Sabía que el calor diurno seria asfixiante y sin agua no lograría sobrevivir. Tan solo había recorrido unos cinco kilómetros con el coche, lo justo para llegar extenuada pero viva, hasta el hotel. Sin pensarlo dos veces, cogió algunos enseres suyos, y empezó a caminar.

 
Andar por la arena del desierto resultaba agotador y no llevaba ni una hora. Los pies se le hundían y le entraba arena dentro de los zapatos. Le molestaban las plantas de los pies, le quemaban. La arena se convertía en brasas por culpa del calor abrasador del sol, y el esfuerzo de andar sobre ésta, le hacía sudar copiosamente, casi hasta el punto de deshidratación.

Andaba sin parar y no llegaba nunca. Sus cansados ojos empezaban a jugarle malas pasadas, veía cosas: luces extrañas, personas deformes, monstruos. Su imaginación desquiciada y la potente luz del sol, le estaban volviendo loca. Lo único que lograba distinguir eran las huellas del coche a su lado, mientras el desierto la rodeaba y asfixiaba sin compasión.

De repente un furioso viento se levanto, moviendo y desplazando la arena a su antojo.

Se tumbó en el suelo con la cabeza hacia abajo protegida por los brazos. El viento rugía con furia, su voz retumbaba las invisibles paredes del desierto, azotando a cualquier criatura que habitase o se encontrase en ese infierno.

Ella permanecía tumbada, temblando y chillando sin que nadie la oyera. La arena le invadía los orificios de su cara, le entraba por la nariz, la boca, las orejas. Sentía nauseas y notó, que un ligero sabor a sangre le corría veloz por su garganta seca y agrietada: vomitó.

Cuando el viento ceso, el paisaje había cambiado completamente y las huellas del coche, ya no estaban. Las lágrimas de desesperación le irritaban los ojos, no obstante fue su propio terror el que vislumbró unas tiendas, en lo alto de una de las dunas.

Sin pensarlo se incorporó, dirigiéndose hacia allí. A punto de perder las fuerzas por culpa de la arena y el implacable sol, alguien salió a recibirla. Estaba a salvo.

Liliana Castillo Girona

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