diumenge, 1 de desembre del 2013

LA PLAYA

A primera hora de la mañana la niebla cubría por entero la playa, pero eso no me impedía hacer mi fresco paseo matutino, siempre envuelto en aquella blanca y densa capa. Aunque sin compañía humana sí que iba acompañada por los susurros del mar que con sus plateadas olas rompía el silencio matinal y por el estridente canto de las gaviotas, que con sus aleteos seguían su rutina diaria, solo para sobrevivir.

Tan solo hacía dos semanas que me había instalado en la casa de la playa pero parecía que llevara toda una vida. Como no había mucho que hacer y me aburría paseaba entre la niebla, esperando que al levantarse y desaparecer, un exótico paisaje se presentara ante mí.


Aquella mañana el sonido del mar me hipnotizo más de lo normal y camine hasta que la niebla desapareció. Evidentemente el paisaje seguía siendo el mismo, a excepción de una cueva o paso bajo los acantilados que hasta entonces mis ojos no percibieron. Así pues, emocionada por la aventura y la exploración me dirigí hacia allí, aunque aquella cueva era un túnel oscuro y frio no permití que el miedo me nublara el pensamiento y decidí cruzarlo, a ver que me deparaba el destino.


A medida que avanzaba la luz ganaba terreno y ya supuse que saldría al otro lado de aquella playa. Me acercaba a su final, cuando de repente las mismas paredes de la cueva aparecían cubiertas de musgo y de hierba verde y fresca, con un ligero olor a menta. Aquello me extraño un poco pues tan cerca del mar no solía crecer aquella vegetación. Realmente era un misterio que se convirtió en magia cuando salí a la luz.

No era una playa normal, en lugar de arena la hierba se extendía cual la longitud del mar y los arboles majestuosos se elevaban para saludar al sol que con sus destellos dorados cubría el rosado y violeta cielo.

El agua del mar era verde esmeralda y la espuma de las olas brillaba como la plata. Atónita por lo que mis ojos contemplaban, seguí explorando.

Sobre la verde hierba, vivían distribuidas por espacios formando mosaicos de alegres colores: flores, grandes flores de color rojo, azul y ámbar, permitiendo a las abejas y mariposas jugar y revolotear entre ellas al compas de las dulces notas musicales que los pájaros cantaban, escondidos entre las copas de los árboles.

Cuando contemplaba el mar, aquel extraño mar, veía como de vez en cuando algún pez dorado o de colores salía a la superficie en un ágil salto entre las olas, para luego volver a sumergirse; y cuando volvía mis ojos hacia aquella desaparecida arena, no solo las abejas y las mariposas danzaban bajo la hipnótica melodía aviar, sino que conejos, liebres y otros habitantes de aquella hierba, saltaban y corrían para buscar su alimento de cada día.

Estaba tan emocionada que decidí buscar un espacio para mí y tumbarme a observar aquel rosado y violeta cielo. Mientras lo observaba aparecieron unas nubes plateadas, que, esperando a que precipitaran no lo hicieron, con lo cual nunca sabré si eran gotas de agua o pequeños diamantes, lo que ocultaban.

Se me hizo tarde y decidí regresar pero no sin antes contemplar nuevamente aquel misterioso y fantástico paraíso. Pensé en volver al día siguiente y regresé por el túnel hasta la casa de la playa, esperando que la niebla que siempre me envolvía en mis frescos paseos matutinos, me despertara a un nuevo día.

Liliana Castillo Girona

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